Estados Unidos se ha convertido en el país que cuenta con un mayor número total de infectados por el coronavirus, con unas perspectivas de crecimiento en el corto plazo sumamente alarmantes. Uno de los grandes retos ante el que se enfrentan sus profesionales de la sanidad tiene que ver con trabajar en modo remoto con un considerable número de pacientes que no habla el inglés.
Además, en los casos de atención presencial se han multiplicado las complicaciones a la hora de comprender determinadas conversaciones, ante el ruido existente en las habitaciones de hospitales (repletas de tanques de oxígenos y con conversaciones urgentes entre médicos y personal de enfermería, por citar dos ejemplos significativos), el sistemático empleo de mascarillas que amortigua las voces, el mantenimiento de una distancia de dos metros entre pacientes y sanitarios o la imposibilidad de que los pacientes cuenten con ayudas de familiares dada la prohibición de ser acompañados.
Dicha situación redunda en una peor atención médica, en la que no resultan infrecuentes las malas interpretaciones que en ocasiones pueden llegar a tener efectos muy graves. Sólo en un centro como el Cambridge Health Alliance de Massachusetts casi la mitad de los 126.000 pacientes en su sistema de atención primaria tienen un dominio limitado del inglés y esta proporción se percibe asimismo en lugares particularmente afectados por el COVID-19 como Nueva York.
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