Lamento que sea así pero las circunstancias de la actualidad me obligan a volver sobre un tema que parece muy difícil de superarse: las pésimas condiciones ante las que en muchas ocasiones se encuentran las personas que ejercen su actividad, de manera anónima, como traductores e intérpretes en los distintos conflictos internacionales que proliferan por nuestro planeta.

Recientemente el diario El País ha publicado una información en la que, bajo el título -Los traductores abandonados de Afganistán- da cuenta de la precaria situación en que han quedado unos cuantos jóvenes licenciados afganos que a lo largo de tres años y medio ejercieron como traductores e intérpretes de las tropas españolas establecidas en este país. En la actualidad estas personas se encuentran en España, ya que tuvieron que pedir asilo político ante las amenazas de que eran objeto, pero sin ningún tipo de medio de subsistencia.

El problema radica en que su consideración de refugiados políticos les impide acceder a un puesto de trabajo al obligarles a pasar por un proceso burocrático previo que resulta extremadamente complejo y dilatado en el tiempo. La consecuencia es que no pueden desempeñar su profesión y se ven abocados a la miseria económica.

En gran medida la situación de este grupo de profesionales en España es similar a la que ocurre en otros países. De ahí el tono de denuncia y reivindicación de este artículo. Está claro que la globalización también afecta a las guerras, que cada vez es más habitual la presencia de fuerzas multinacionales dependientes de organismos multilaterales que desarrollan su actividad en determinados territorios en tareas de pacificación y que dichas tropas requieren la presencia y el apoyo de traductores e intérpretes para llevar a cabo su misión de forma correcta.

Pero el gran problema es la existencia de una especie de -neocolonialismo- discriminador que implica otorgar menor importancia a la vida de un autóctono de la zona respecto a la de otras personas que suelen proceder de latitudes identificadas con los países desarrollados. Es verdad que, tal y como hemos indicado en más de una ocasión, se trata de una actitud en la mayor parte de los casos producto de un -inconsciente colectivo- pero no es menos cierto que es un sentimiento de superioridad que sería muy conveniente erradicar de raíz.

Estos profesionales, cuya labor no suele superar las barreras del anonimato en cuanto a su tratamiento por parte de los medios de comunicación se refiere, muy a menudo son el objetivo prioritario (por ser un blanco mucho más fácil) de grupos violentos en sus propios países de origen.

Debido a ello no es en absoluto infrecuente que dichas personas deban huir de sus propios países, generalmente con destino al Estado del que proceden las tropas a las que han prestado sus servicios. Eso sí, las condiciones en que acceden a esta situación suelen condenarles a la precariedad más extrema.

Mientras tanto las organizaciones internacionales descargan la responsabilidad en las naciones y esta clase de situaciones continúan reproduciéndose con creciente frecuencia ante la desesperación de estos profesionales y la indignación de grupos sociales bastante minoritarios.

Desde Linguaserve consideramos que nunca es tarde para reivindicar la figura de traductores e intérpretes de guerra. Son profesionales abnegados, conscientes del riesgo que corren y que con su actividad contribuyen a poner un grano de arena para mejorar este tipo de situaciones. Todas las personas de buena voluntad deseamos un mundo sin guerras ni conflictos, pero mientras existan, siempre será imprescindible la presencia de este tipo de profesionales cuya labor debe ser públicamente reconocida.

Pedro L. Díez Orzas
Presidente Ejecutivo de Linguaserve