Utilizar el factor precio como el único verdaderamente relevante a la hora de contratar un servicio de traducción resulta arriesgado. Es posible que muchos clientes se dejen subyugar por el presunto -chollo- a corto plazo pero lo más habitual es que detrás de una política tarifaria muy por debajo de lo que marca la racionalidad del mercado se esconda la falta de cualificación y, en suma, unos dudosos niveles de calidad.